Sabina es del tipo de cantantes que puede no convencerte en un primer momento, que tal vez califiques de una prosa excesivamente disforzada en cada relato de encuentros casuales, rupturas inesperadas, ironías desenfadadas. Debo admitir que cuando mi hermana atiborró con un cargamento de sus canciones la entonces computadora familiar, no daba mucho por aquel señor de voz ronca y acento español. Sin embargo, el tiempo me llevaría de vuelta a él a través de un amigo muy querido y su bendita costumbre de colocar un disco de Joaquín cada vez que iba a visitarlo. Y entonces, cuando menos lo imaginé, estaba tarareando "Barbie Superstar", "Princesa" y la siempre emotiva "Contigo". Empecé a disfrutar de la música de Sabina y de sus letras, que dejaban ideas rebotando en mi cabeza como pelotas en una cancha de tenis. Y es que apreciar la música no viene solamente por lo que pueda transmitirte un instrumento musical sino también por un par de palabras bien combinadas. Caminando una noche por el malecón, mirando el mar, soltando pensamientos sobre nuestros actos, los erróneos y los acertados, un amigo me citó una frase, perteneciente a la canción de este post, tan cierta que no necesita mayor explicación: "porqué comerse un marrón cuando la vida se luce poniendo ante ti un caramelo".
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